La conmemoración del 80 aniversario de la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi tuvo lugar el pasado 9 de mayo en la emblemática Plaza Roja de Moscú. El presidente Vladimir Putin organizó un espectacular desfile militar en el que participaron líderes de diversas naciones, pero más allá de los actos conmemorativos, la retórica en torno a la memoria histórica también ocupó un lugar central. En su discurso, Putin no dudó en vincular aquella victoria con su actual invasión de Ucrania, presentando este conflicto como una operación de ‘desnazificación’, un argumento que ha suscitado amplias críticas por su falta de fundamento histórico y su utilización política en tiempos contemporáneos.
Sin embargo, la realidad histórica contradice la narrativa oficial que Putin intenta promover. Durante la Segunda Guerra Mundial, la agresión inicial contra Polonia se produjo gracias a un pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, que permitió a ambos países repartirse el territorio polaco. Este episodio es un recordatorio incómodo para Moscú, que a menudo minimiza su implicación en los primeros días del conflicto bélico. La URSS no mostró una postura beligerante significativa contra el nazismo hasta que fue atacada por la Wehrmacht en 1941, lo que marcó la apertura de un frente oriental que resultaría decisivo para el desenlace de la guerra.
La brutalidad de la lucha en el frente oriental resultó en pérdidas humanas devastadoras, especialmente para el Ejército Rojo, que sufrió aproximadamente 9 millones de muertes. Por otro lado, las fuerzas alemanas también enfrentaron un alto costo, con cerca de 2 millones de soldados muertos. Estos sacrificios reflejan la difícil situación en la que se encontraba la URSS en términos de recursos y efectivos, lo que pone de manifiesto la importancia de la ayuda recibida desde los Estados Unidos para lograr la victoria final. Este apoyo incluyó un suministro masivo de material bélico, camiones, aviones y petróleo, elementos fundamentales para sostener el esfuerzo bélico soviético.
En la cumbre de Teherán, Joseph Stalin reconoció abiertamente que sin la ayuda de Estados Unidos, la victoria sobre Alemania podría no haber sido posible. A pesar de este reconocimiento histórico, la posterior Guerra Fría marcaría un período de tensión entre las dos superpotencias. La rivalidad se intensificó, y los líderes como Harry Truman y Stalin se encontrarían en un mundo bipolar donde las armas nucleares se convirtieron en un tema crucial para la política internacional. Mientras tanto, la narrativa nacionalista de Putin parece buscar inspiración en ese pasado, adaptándolo a sus propios fines políticos en un contexto contemporáneo.
El desfile en la Plaza Roja, que incluyó la presencia de soldados de 13 países aliados de Rusia, pero notablemente ausente de tropas estadounidenses, resalta la complejidad de las alianzas en la política mundial actual. Aunque el evento se presentó como un tributo a la victoria sobre el nazismo, la vinculación ideológica que Putin intenta establecer con su guerra en Ucrania plantea serias interrogantes acerca del aprendizaje histórico. La presencia del presidente chino Xi Jinping junto a Putin indica una nueva dinámica en las alianzas globales, pero el legado de la Segunda Guerra Mundial sigue siendo un recordatorio vital de los peligros que conlleva la irracionalidad ideológica y la falta de compasión en tiempos de conflicto.






