El reciente estreno de ‘Cómo entrenar a tu dragón’ en formato de acción real ha generado un debate considerable sobre el valor y la necesidad de los remakes en el cine contemporáneo. Aunque podría considerarse el mejor de su tipo hasta la fecha, no se puede obviar el hecho de que sigue siendo una película innecesaria. La razón detrás de esta conclusión radica en cómo Hollywood, al repetirse en sus fórmulas, parece haberse rendido a la idea de que un sellado de nostalgia es suficiente para atraer a las audiencias. A pesar de que Dean DeBlois ha sido el artífice detrás de este remake, ello no altera la percepción de que toda esta tendencia sólo busca incrementar las arcas de los estudios en lugar de ofrecer algo realmente fresco y novedoso al público.
En el caso de este remake, el mérito recae en la dirección de DeBlois, lo que le otorga una menor carga de culpa en su incapacidad de ofrecer auténtica innovación. Desde un punto de vista crítico, es difícil no conceder que la ejecución del filme es notable. Dada la experiencia previa con la saga original, esta película logra captar la atención del espectador gracias a sus impresionantes efectos visuales y la habilidad de su director para plasmar la acción. Sin embargo, el espectador se encuentra en un dilema: ¿merece la pena ver una obra que, aunque efectiva, no logra eludir la sombra de su predecesora? En tiempos donde la creatividad es esencial, parece que este tipo de producciones se suben al carro del miedo a arriesgar.
A lo largo de los años, los remakes de Disney han estigmatizado este fenómeno, convirtiendo a cada nuevo lanzamiento en un expendio de nostalgia y un vehículo para reavivar la mercadotecnia de personajes icónicos. Cada puesta en escena de estos clásicos parece estar diseñada para maximizar beneficios y reforzar el reconocimiento de las franquicias, en vez de ofrecer una experiencia cinematográfica única. Mientras que algunos remakes logran un cierto nivel de éxito, como ‘El libro de la selva’, el producto final muchas veces se queda en un espectáculo superficial encantador, pero vacío de sustancia. Así, la propuesta de ‘Cómo entrenar a tu dragón’ también destila esa esencia de riesgo calculado al mínimo.
Aunque la película hace un distinguible esfuerzo por ofrecer algo más que un simple remake, el hecho de que su narrativa sea casi un calco de la original plantea serias preguntas sobre la necesidad de su existencia. La nostalgia puede ofrecer una cálida bienvenida, pero no debería ser el único argumento que sustente una producción cinematográfica. La falta de riesgos creativos en este proyecto prima, y aunque la calidad visual es indiscutible, es difícil no sentir que el esfuerzo es en simplificaciones y homenajes más que en innovaciones creativas propias que trasciendan lo ya conocido.
Finalmente, aunque algunos puedan argumentar que ‘Cómo entrenar a tu dragón’ establece un nuevo estándar dentro de los remakes en acción real, con escenas de vuelo deslumbrantes y un acabado técnico sobresaliente, sigue siendo crítico recordar que no puede superar la profundidad emocional de la obra animada original. En este sentido, los espectadores se quedan con la sensación de que, aunque el remake es visualmente atractivo y bien ejecutado, el tiempo y los recursos invertidos hubiesen estado mejor empleados en nuevas historias o continuaciones de las narrativas que ya han resonado en el público. A fin de cuentas, el fenómeno de los remakes refleja una peligrosa falta de fe en el potencial creativo del cine moderno.






